Ella conllevaba una vida tranquila, dentro de todo rutinaria y le gustaba así tal cual era. Él tenía una vida agitada, problemas por aquí, problemas por allá, pero no le interesaban, hacía como si no existieran y huía de ellos, sobre todo los sábados por la noche. Ella era enamoradiza, soñaba con que el hombre ideal algún día esté parado a su lado. Él no creía en el amor, decía que se puede amar a una persona pero jamás enamorarse. Aquella noche, ambos dejaron sus sentidos en esa pequeña habitación, él tenía unas copas de más encima, pero ella estaba conciente y se imagino en menos de lo que canta un gallo una vida perfecta al lado de este hombre. Él tuvo que hacerse cargo de los sentimientos de ella llevando a cabo una relación. Como bien dije, él tenía problemas y decidió terminar con ella luego de seis meses exactamente. Figurativamente, él robó su corazón. Luego de un año de depresiones, ella volvió a apostar al amor y comenzó una relación con una nueva persona. Una noche ella fue con su respectiva pareja a una cita en un restaurante, en el cual se llevo una sorpresa inimaginable: lo volvió a ver a él, vestido de camarero a punto de tomarle el pedido. A ella se le calló el mundo abajo, ese mundo de orgullo que le costó un año en construir. Sin embargo, aunque pensemos que a él no le pasó nada, definitivamente le dolió el hecho de verla con otro, y trató de hacer lo imposible para que ella vuelva con él. Ella no accedió fácilmente, de hecho nunca accedió. Por lo tanto ella fue la que le robó el corazón a él esta vez, para que sienta lo que ella tuvo que pasar durante un año consecutivo a su relación.
“Ladrón que le roba ladrón tiene cien años de perdón”
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